Obá Oriaté Miguel W. Ramos, Ilarí Obá

Dado los muchos episodios dolorosos que atravesamos en el 2005, muchos de nosotros probablemente consideráremos al 2005 como uno de los años más difíciles y frustrantes de este nuevo milenio, el cual comenzó hace solamente cinco años. La humanidad ha sido azotada por numerosos fenómenos, naturales y creados por el hombre, que sin lugar a dudas han de tener serias repercusiones sobre el planeta entero, independientemente de nuestro estatus social, religioso, o ideología política—o a falta de esta. Aunque nosotros en Estados Unidos no sufrimos nada en comparación a Indonesia, Pakistán, y el Medio Oriente, nosotros también fuimos heridos profundamente, física y psicológicamente, debido al gran número de desastres que socavaron en lo más profundo de nuestros cimientos.

El 2005 probablemente será recordado como uno de los años más insoportables en la historia. El tsunami que azotó a Indonesia en diciembre del 2004, en el cual perecieron miles de personas, probablemente fue un espeluznante aviso de los peligros que le seguirían en el 2005. Sufrimos pérdidas ante terremotos, huracanes, tormentas de nieve, inundaciones, ataques suicidas y guerras. Nuestro hemisferio comenzó a agonizar casi desde el comienzo de la temporada ciclónica en junio 1. Sorprendentemente temprano en la temporada, un número inusual de huracanas comenzaron a crear estragos en el Caribe, ocasionando muertes en Cuba, Haití, Jamaica, Granada, México, América Central, y otras áreas.

Ya para el tercer mes de la temporada, tormentas desastrosas tocaban a las puertas de Estados Unidos. Ka trina, Rita, y Wilma ocasionaron m illones de dólares en daños y tomaron innumerable vidas—¡en los Estados Unidos, donde no se supone que ocurran estas cosas! Estas tormentas ocasionaron mucho más que daños materiales y pérdidas de vida. Muchos nos encontramos de frente con una triste realidad—nuestro gobierno—aquel en el cual confiamos tanto—no estaba debidamente preparado para lidiar con tanta devastación. Luego del ataque del 11 de septiembre, las guerras en Afganistán e Irak, y las numerosas vidas que aun estamos perdiendo en ese proceso, es natural que como ciudadanos llamemos a nuestro gobierno a rendir cuentas por su falta de preparación, especialmente en el caso del huracán Katrina, el cual de ninguna forma fue ¡un simple juego de golf! Luego de ver las muy vividas y ásperas escenas que emanaban del New Orleans Convention Center, la cara de angustia y desesperación de los damnificados, y la total destrucción ocasionada por el ciclón y la falta de preparación de las autoridades, es inevitable que nos preguntemos que hubiese sucedido si en vez de un ciclón hubiera sido un ataque terrorista. Desafortunadamente, en medio del juego de “buscando al culpable”, muchos encogieron los hombros y se lavaron las manos, justificando que sólo había sido un acto “de la naturaleza”. ¿O habrá sido algo más?

A expensas de sonar extremadamente pesimista, con la llegada del 2006 tenemos que considerar la dirección que nosotros los seres humanos estamos tomando. Quizás desde el comienzo de la Revolución Industrial, los seres humanos hemos ocasionado un gran desequilibrio a nuestro universo debido a nuestros avances tecnológicos y nuestro supuesto progreso. Hay muy poca duda de que nos hemos convertido en el mayor y más dañino estorbo de nuestro planeta. Las amenazas del calentamiento del planeta y cambios climatológicos masivos ya no son una remota posibilidad: quizás ya estemos comenzando a sentir sus efectos. Huracanes, tornados, tormentas invernales, terremotos, inundaciones inesperadas, tsunamis, epidemias cómo el VIH, y pandémicos cómo la fiebre aviaria parecen ser realidades más amenazadoras que los ataques suicidas, los terroristas, o las armas nucleares. Obviamente, no queremos minimizar la seria amenaza que estos representan a nuestra sociedad y nuestra forma de vida, pero tampoco podemos darnos el lujo de enfocarnos ingenuamente en estas amenazas humanas y despedir o ignorar la ira de la naturaleza en esperas de que la ciencia lo resuelva.

Basado en el imponente número de fenómenos naturales que continuamos viendo, unido al alto incremento de mutaciones bacteriológicas y virales, muchos no podemos evitar pensar que el planeta está en camino hacía un cambio masivo y drástico. Lo que más inquietud ocasiona es que se dificulta establecer la posición que tomaremos en dicho cambio, especialmente cuando consideramos la tendencia del planeta de eliminar lo que más le estorba o daño le ocasiona. ¿Quizás tenga validez preguntar si estamos en camino a ser los próximos dinosaurios? No podemos darnos el lujo de ser tan arrogantes cómo para creer que podemos seguir jugando con la naturaleza sin sufrir repercusiones. La naturaleza nos ha comprobado repetidamente que aunque ella sea lenta al actuar, su ira es inevitable. No la debemos subestimar.

No obstante, también tenemos que reconocer y agradecer las muchas cosas que hemos logrado en el 2005. Sin lugar a dudas, todos tenemos memorias del 2005 que valoraremos por siempre. Cómo en otros años, en el 2005 reímos y lloramos. Celebramos la vida y sufrimos y soportamos las pérdidas. De hecho, no hay duda que nuestra celebración y veneración de la vida es aquella misma fuerza que nos permite tolerar los azotes del dolor, la pérdida, la desolación y la muerte. No importa cuan amenazadoras sean las nubes más oscuras; no importa cuanto haya soplado o girado el viento y a pesar del estruendo del océano y del temblar de la tierra, salimos a flote en el 2005 y continuamos hacia adelante.

Además, como pueblo, nos unimos y contribuimos para ayudar a aquellos que se encontraban atravesando momentos difíciles y desesperantes. La donaciones de las estrellas de Hollywood fueron espléndidas, pero en mi opinión, los regalos más apreciados vinieron del mismo pueblo; de la gente común, aquellos que tienen que sudar diariamente para ganar sus bien merecidos salarios. Los campeones mas admirables del 2005 fueron las personas normales, la gran y silente mayoría cuyo nombre no se ve iluminado en la gran pantalla de Hollywood y quienes nunca recibirán un premio Oscar ni Nóbel. Los verdaderos héroes del 2005 son aquellas personas quienes sacaron de su bolsillo y dieron sin recriminar; la cantidad no importa; aquellos que donaron su esfuerzo y contribuyeron con su tiempo—nuestro más valioso y a la ves escaso recurso—para ayudar a aquellos que atravesaban una vicisitud. No hay duda que estas personas iluminaron los tristes y oscuros días que enfrentamos en el 2005 confortando y asistiendo a los menos afortunados.

Sea cual sea nuestra afiliación religiosa—o falta de esta—debemos siempre agradecer nuestro mayor regalo: la vida. Muchos no fueron tan afortunados. Por razones obvias, tal parece que en el 2005 hubo un número considerable de pérdida de vida. No debemos olvidar a esas personas que fallecieron en el: aquellos que sucumbieron ante la naturaleza al igual que aquellos que sucumbieron ante la crueldad humana, la incomprensión y la avaricia. Especialmente debemos recordar a nuestros seres queridos, nuestros amigos, nuestros vecinos. Ellos también son nuestros héroes y merecen nuestros elogios.

Hace unas noches, un amigo comentaba que siempre buscaba la manera de evitar las discusiones sobre religión y política. Desafortunadamente, vivimos en una era en la cual la neutralidad no es necesariamente la mejor opción. Nuestros tiempos son turbios y difíciles, y nuestros dirigentes muchas veces no representan las ideas o deseos de la mayoría, prefiriendo proceder con agendas políticas personales, egoístas y mal-razonadas las cuales nos afectan a todos, independientemente de nuestra ideología. No obstante, a pesar de nuestros agravios y la miopía y escasez de nuestros líderes, una cosa que aun tenemos que apreciar en el 2005 es el hecho de vivir en un país en el cual aún podemos gozar de cierto nivel de libertad, respeto propio, y dignidad; donde con trabajo y esmero tenemos acceso a las necesidades básicas, y a veces hasta más; donde a pesar de la voluntad de unos cuantos aun podemos expresar nuestra opinión y quejarnos cuando estamos en desacuerdo con la política de nuestro gobierno. Es importante que valoremos estos derechos; es más importante aún que los defendamos y aseguremos que esto nunca cambie.

Al cerrar, hago un pedido el cual espero que no se lo lleve el viento: no importa cual sea sus creencia religiosa—ya sea que practique las enseñanzas de Yahweh, Krishna, Allah, Obatalá, Jesús, Buda, Allan Kardec, el Dalai Lama, Tao, o Confucio—y hasta aquellos que carecen de creencia religiosa; icemos todos una bandera blanca en nombre de la paz. Pónganla donde otros la puedan ver: en nuestras entradas, nuestros techos, nuestros escapes de fuego o nuestros satélites de televisión. Unámonos todos en este acto, y de tal forma, roguemos al Ser Supremo, a la naturaleza o a la razón humana. Pidamos que la humanidad se ilumine y adquiera razonamiento; que entendamos nuestro lugar en el universo y el balance tan delicado de la naturaleza—y la necesidad de mantener dicho equilibrio.

Cuando icemos nuestra bandera, todos tomemos un segundo para reflejar sobre el 2005 y reflexionar sobre nuestro futuro, el nuestro y el de nuestros descendientes, y de tal manera pensemos que podemos hacer nosotros individualmente para asegurar que tengamos un futuro y hacer que este futuro sea un lugar mejor para toda la humanidad. Si no hacemos nada más en nuestra existencia, por lo menos asegurémonos de dejar un sitio donde aquellos que nos sigan tengan la misma oportunidad que nos dieron a nosotros aquellos que nos precedieron: la oportunidad de vivir.

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