La Jiribilla
Homenaje a Lázaro Ros. apuón cubano
Bladimir Zamora Céspedes | La Habana

Desde la media tarde de ayer jueves, el Centro Cultural de España en La Habana empezó a llenarse de pulcros músicos negros y de creyentes de las religiones afrocubanas. Cualquiera hubiera pensado que aquello estaba motivado por la instauración de una nueva institución, en el Palacio de las Cariátides, que mira el mar desde el número 17 del Malecón. La razón, sin embargo, era que allí, a partir de las 4 pm, se desarrollaría un homenaje a Lázaro Ros, propiciado por Ceiba, Fundación de Cultura Afrohispanoamericana, con el patrocinio de la Junta de Andalucía y claro, la colaboración del propio Centro Cultural.

Ceiba, que fue constituida a mediados de 1997, está integrada mayoritariamente por españoles y también pertenecen a ella importantes personalidades de la cultura cubana, como el escritor Antón Arrufat, la pintora Zaida del Río y el pianista Víctor Rodríguez. Su primordial objetivo es la investigación, preservación y divulgación del ascendiente negro en la identidad cultural de España e Iberoamérica. Por ello, ha constituido un premio de reconocimiento a figuras de la región, que se hayan destacado por su consagración a estos menesteres. Ello motivó la iniciativa de conferir el galardón a Lázaro Ros, que está reconocido como el más grande cultor de los cantos afrocubanos.

Al iniciarse el homenaje, la sala estaba colmada por más de doscientas personas, entre las que podían advertirse mujeres y hombres sencillos y anónimos de la capital cubana, junto a figuras muy conocidas como las cantantes Omara Portuondo, Teresa García Caturla y Ela Calvo. Natalia Bolívar, vicepresidenta de la Fundación Ceiba, dio lectura a certeras y emotivas palabras, destacando el lugar de Lázaro en la cultura de la Isla. Más tarde el andaluz Jesús Cosano, director general de la Fundación Ceiba, puso en manos del homenajeado la placa de cerámica trianera, que autentifica la concesión del Premio.

El hombre venerable, que ha dedicado la mayor parte de su vida a buscar en la voz de los mayores la resonancia de los ancestros africanos, dijo unas pocas palabras de agradecimiento por habérsele hecho este agasajo, que ha llegado profundamente a su corazón, como él mismo confesó. Al hacerse una pausa, todos los presentes creían que comenzaría su actuación, con el acompañamiento del Grupo Olorun. Y de repente, subió al escenario Ela Calvo, espontánea, acompañada de su guitarrista y ofreció la canción de César Portillo de la Luz, “Babalú Allé”, de Miguelito Valdés y “Olvido”, de Miguel Matamoros. Ella logró, cantándole a Lázaro, levantar el coro gigante de muchos de los presentes y cuando la exaltación no podía tener mayor altura, tomó Lázaro Ros el micrófono y comenzó un recitativo en lengua yoruba, tras el cual comenzaron a invadir la sala el sonido de los tambores batá, el coro de los otros músicos de Olorun y la vigorosa aparición de los bailarines, que encarnaron deidades como, oggún, oyá, yemayá y changó, y en medio de todo ello, la tutela reclamadora de la voz de Lázaro Ros. El público cómplice, que bebía sorbos de aguardiente de caña, mientras se desarrollaba el espectáculo, no podía creer que la velada tuviera fin.

Se hicieron, entonces, grupos grandes o pequeños, y la gente se saludaba con cariño como en las auténticas fiestas. Y sobre todo, gran cantidad de ellos querían dar la mano y abrazar a Lázaro. Entre ellos, Leo Brouwer, que lo apretó entre sus brazos y llorando de emoción le dijo: Maestro.

© La Jiribilla. La Habana. 2002

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