El Nuevo Herald
Alexandra Olson
Associated Press

CARACAS – Los venezolanos que practican la santería, una religión de origen afroantillano que mezcla ritos africanos y cristianos, veneran entre otras deidades al prócer de la independencia sudamericana, el Libertador Simón Bolívar.

Pero nunca antes hubo algo semejante a los nuevos ídolos de la santería local: se trata de delincuentes o “malandros” que han asumido caracteres mitológicos en las barriadas pobres de Caracas.

Estatuillas de 30 centímetros de alto, que exhiben en sus pantalones vaqueros armas de fuego y cuchillos, representan a espíritus que — según los santeros — buscan el perdón de sus pecados advirtiendo a los jóvenes que deben evitar el crimen, ayudando a reos a salir de la cárcel y curando la adicción a las drogas.

Entre ellos está el “Niño Ismael”, un atracador de bancos que algunos dicen que mató a decenas de personas en la década de 1970 antes de morir en un enfrentamiento con la policía. Su imagen lleva gorra de béisbol de medio lado, se ve fumando un cigarro y lleva una pistola calibre 38 entre sus pantalones vaqueros.

Otro ícono es la “Niña Isabel”, una prostituta y ladrona que según se afirma murió de una enfermedad venérea en la década de 1920. Se la representa vestida con una camiseta rosa que deja al descubierto su vientre, con un gorro de esquí, lentes oscuros y un cuchillo ajustado al tobillo.

Estos espíritus son parte del culto de María Lionza, la piedra angular de la variante venezolana de la santería, una religión sincrética surgida en Cuba que mezcla el catolicismo traído por los españoles y las tradiciones espiritualistas yoruba de los esclavos que importaron desde el Africa.

María Lionza, que unos representan como una hermosa indígena y otros con una imagen muy semejante a la Virgen María, preside sobre otras “cortes” o conjuntos de espíritus.

Las deidades originales de la santería como Eleguá, que se asocia con San Antonio, pertenecen a la corte africana. Una corte venezolana incluye a Simón Bolivar, héroe de la independencia de Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá.

El Niño Ismael y la Niña Isabel son miembros de la corte malandra o criminal.

La Iglesia Católica objeta el culto a María Lionza, pero hace tiempo que abandonó sus intentos de eliminarlo. Sus devotos pertencen a todas las clases sociales, pero sobre todo a las que poseen menos recursos. Cientos de miles de seguidores viajan cada año al lugar que, según la tradición, fue hogar de María Lionza en la montaña de Sorte, ubicada en el estado Yaracuy, a unos 300 kilómetros al oeste de Caracas.

Los tenderos dicen que las estatuillas de los malandros comenzaron a aparecer en sus estantes hace dos años. Pero el culto a los espíritus criminales apareció a comienzos de la década de 1990, junto con el auge de la delincuencia, dijo la antropóloga Patricia Márquez, directora académica del Instituto de Estudios Superiores de Administración de Caracas.

Para las clases altas, el malandro personifica la amenaza creciente de la violencia urbana. En contraste, en los barrios pobres, su figura oscila entre el héroe comunal y el bribón, señaló Márquez en un capítulo del libro “Venezuela Siglo XX: Visiones y testimonios”, publicado por la Fundación Polar.

Según cálculos oficiales, durante el 2002 se cometieron 9.000 homicidios en el país. Vulnerables a la violencia callejera y desconfiados ante la frecuente brutalidad policial, muchos residentes de las barriadas pobres buscan la protección del malandro espiritual.

Muchas de las deidades de la corte malandra son delincuentes que perecieron a manos de la policía o en enfrentamientos con pandilleros rivales entre los años 50 y 70. Hoy día son considerados héreos folklóricos al estilo de Robin Hood, que robaba para dar el botín a los pobres y proteger a las barriadas.

“Ismael robó, pero para ayudar a los más necesitados”, dijo Juan, un mecánico que compraba velas en una tienda de santería del centro de la ciudad.

Juan dice que compró una imagen de Ismael, el más popular de los maladros, después que el espíritu persuadió a su hijo para que se “apartara de los malos caminos”.

En cambio, Márquez dijo que ante el auge de la criminalidad, son pocos los que ven a los delincuentes de hoy con el mismo halo romántico de otras épocas.

“Entre otras cosas, la corte malandra refleja nostalgia por el presunto malandro del pasado, dedicado a proteger el barrio”, agregó.

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